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Un exjugador semiprofesional relata su declive y posterior recuperación como adicto

Los videojuegos no son algo nocivo hasta que se descontrola su uso. He sido adicto al League of Legends (LOL), donde llegué a ser muy bueno: jugaba en equipos, en torneos donde ganaba 600 euros y subía partidas a YouTube. Pero empecé a dedicarle cada vez más tiempo y llegó un momento en el que mis días se traducían en 14 horas de juego. No comía, o lo hacía mientras jugaba. No me duchaba asiduamente y descuidé mi forma física, llegando a engordar 25 kilos por la mala dieta que llevaba. Siempre he tenido facilidad para los estudios, pero comencé a utilizar los videojuegos como moneda de cambio con mis padres: «Si me dejáis jugar, apruebo». Los manipulaba y ellos cedían. Pero cuando me mudé a un piso compartido para ir a la universidad a estudiar Ingeniería de software, todo cambió.

Los videojuegos se convirtieron en una vía de escape para todo en mi vida. Me iba al LOL porque era el único sitio donde me encontraba a gusto y al ser muy bueno, la gente me contactaba y me trataba bien. Pero fuera de él, me veía gordo y pensaba que mis amigos pasaban de mí. Empecé a engañar a mis padres, para que creyeran que estaba aprobando. Un día de lucidez me di cuenta de que necesitaba ayuda. Llamé a mi madre y me llevó al psicólogo. Pero le mentía y jugaba con él, diciéndole lo que quería oír. Cuando me dejó mi novia, todo se vino abajo y empecé a jugar el triple. Hubo un periodo en el que traté de controlarlo, pero recaí y al ver que subía de nivel muy rápido, llegué a jugar durante 48 horas seguidas para alcanzar el rango máximo.